
Semanas atrás, un objeto que estuvo años expuesto en las salas del museo viajó para volver transformado. Un bastidor de bordado centenario fue hasta la casa de Rocío Lugones, joven bordadora que inició su oficio en Ing. White: ella propuso contar la historia de su abuela, la vecina Annunziata Mazzella, haciendo una imagen en puntadas sobre ese soporte.
Durante días, Rocío cruzó documentos de inmigración, recuerdos de infancia de su “nonna” en Italia, relatos de su familia de pescadores y aprendizajes de la vida en este puerto, hasta inventar una composición que mezcla parte de todo eso en la tela, sobre el bastidor tensado. Ya pueden venir a visitarlo: si se fijan en detalle, en las olas incesantes hechas con hilo Moulinex, tal vez encuentren una señal de que andamos también hoy en un tiempo agitado. Ni siquiera una muestra de un museo puede decirse “permanente”.
Pero tal como Nunzia aprendió el idioma de la tierra nueva a la que llegaba usando su entonación italiana de la isla de Ponza de la que venía, también en todo presente hay a la vez variación y continuidad.